TANZANIA (ZANZÍBAR)

Octubre 2018

Bienvenidos a Zanzíbar (Marbella)

Niña en Stone Town

Día 1. Zanzíbar. Kendwa.

Tras la experiencia en Kenia toca descansar otros 9 días en Zanzíbar (Tanzania). Conoceremos algunas de sus playas, su capital, el bosque Jozani con su exclusivo mono rojo de colobo, sus fondos marinos, sus mercados y sus gentes...

Tras varias horas de espera en el aeropuerto llegamos a Stone Town, capital de la isla. Aquí nos recoge Marbella (así se hace llamar), con quien contacté a través de internet para concertar varias visitas por la isla.

Todo está oscuro. El calor pesa, tal y como ocurre en los países cercanos al ecuador. Mucha humedad.

En una hora y media llegamos a Kendwa, en el norte de la isla, donde pasaremos los primeros 5 días. Son las 23:00h.

Aquí no existen las prisas. La frase más repetida es "pole pole" (tranquilo) y "hakuna matata" (no hay problema), que suelen ir seguidas. Y la primera sensación es que es exactamente así. Aún no sabemos el itinerario que seguiremos ni cómo iremos. Mañana hemos quedado con Marbella en preparar el organigrama de visitas. Dice que cada día hablaremos de lo que haremos los siguientes. Esto funciona así. Y es tontería bregar. Como repite Marbella una y otra vez... "la prisa mata, pole pole".

Tras un día muy largo toca descansar. A las 09.00h comienza esta segunda aventura.

Día 2. Zanzíbar. Stone Town e isla Prisión

Zanbíbar es una isla tropical repleta de altas palmeras y plataneras. Vegetación por todas partes. Playas de arena blanca y aguas azul turquesa. Su dibujo nos recuerda a Ngapali en Myanmar. Pero a diferencia, lo subsahariano y lo árabe se mezclan creando una escena que aún no habíamos contemplado.

La vida de esta gente es más solvente que la de kenia. Se respira un ambiente más alegre, en parte quizás por el mayor número de recursos. Agricultura, pesca y turismo impulsan la zona. Una mezcla de culturas con la común unión del histórico influjo de lo árabe.

La mescolanza de esta región se explica por su ajetreada historia. Los mercaderes persas comenzaron el comercio en esta zona en el siglo X con Arabia, India e Indonesia, convertiéndose en un rico estado que exportaba marfil, oro, madera y esclavos (llegó a ser el principal país en venta de esclavos), a cambio de especias, vidrio y telas. Con el clima favorable, el cultivo de esas especias que fueron importadas se extendió en Zanzíbar, constituyéndose con el tiempo en piedra angular en el comercio de este género y siendo conocida actualmente como la isla de las especies.

En el siglo XIX Gran Bretaña y Alemania se repartieron África oriental y Zanbíbar quedó en manos inglesas, aunque los sultanes continuarían ostentando un poder simbólico con la venia inglesa hasta la independencia de Tanzania en 1963.

Un golpe de estado en 1964 derribó al sultán impuesto por los británicos, firmando un tratado de adhesión de Zanzíbar a Tanganica, nombre dado al territorio tanzano en la parte continenta. Así, el país pasó a llamarse Tanzania (Tan por Tanganica y Za por Zanzíbar). Desde entoces las ideas independentistas no han cesado, aunque políticamente las aguas están calmadas.

Zanzíbar sigue conservando dos presidentes, uno en la isla y otro en Tanzania continental (ellos siguen llamándolo Tanganica).

Fue por tanto por los comerciantes persas y árabes por los que llegó el islam, que aún perdura muy arraigado en todo el archipiélago, junto con sus bellos estilos aquitectónicos, sobre todo en la capital.

Stone Town (también conocida como Old Town) es una de esas ciudades dotadas de un encanto especial. Son varios los motivos. Las callejuelas laberínticas de la parte antigua llenas de gente y repletas de pequeños comercios, los edificios desgastados y sucios que reflejan el implacable (y algo descuidado) paso del tiempo, el embriagante colorido de los atuendos de sus habitantes, el palpable culto al coran en cada rincón, su antigua fortaleza con su pasado ligado al tráfico de esclavos, la influencia inglesa de la época colonial latente en algunos edificios y en su iglesia anglicana, y su mercado central muy activo y en el que venden casi de todo, otorgan a la capital ese tinte especial, que engancha al visitante que no puede dejar de mirar de un lado para otro.

Tras pasear por todo el casco antiguo con las historias de fondo que Marbella nos iba contando y que hacían más interesente el paseo, fuimos a comer a un restaurante local al que nos llevó nuestro amigo. El pescado, el pollo, los calamares, el arroz y una especie de empanadillas de verdura triangulares estilo rollitos de primavera nos supieron a gloria.

Además de Stone Town hemos ido en barco hasta la cercana Isla Prisión, llamada así porque se construyó en ella un recinto para albergar a los esclavos en cuarentena, para que no se propagasen las infecciones cuando éstos las sufrían. Nunca funcionó como carcel en sí. Hoy está en desuso. Sólo un hotel de reciente construcción abandonado y una piscina continúan allí. Lo interesante de este lugar es que está habitado por un enorme número de tortugas gigantes (pude contar sólo en la parte que estuvimosmás de 70). Las islas Seychelles regalaron a Tanzania dos ejemplares en el siglo XIX, y se fueron reproduciendo hasta convertirse en un curioso reclamo turístico en un entorno de ensueño. Son muy amigables y puedes darles hojas de lechuga para que coman de tu mano. La más longeva de estas tortugas tiene hoy 194 años, con su caparazón deformado por la caída de un arbol hace décadas. Pensar que algunos de estos animales han sido coetáneos de Isabel II y siguen ahí llama la atención. Si esas tortugas hablasen... o mejor dicho, si entendiésemos lo que dicen...

Tras este bonito encuentro en que hemos podido dar de comer a los animales, volvemos a Stone Town para conocer su fortaleza, su iglesia anglicana y la casa donde nació Fredy Mercury (curiosamente la mayoría de los habitantes de Zanzíbar no saben quién es). La casa de las maravillas, otro lugar de interés turístico que se usa como museo, se encuentra actualmente en rehabilitación y sólo puede verse su fachada.

Aprovechamos la tarde para hacer algunas compras por los mercadillos del centro antiguo, siendo el regateo fundamental. Se pueden comprar en Zanzíbar exactamente las mismas cosas que en kenia, pero 2 o 3 veces más baratas si tienes paciencia y estás acostumbrado a negociar. Un bonito dia que nos ha encantado gracias a la inestimable compañía de Marbella.

Cenamos en un italiano que hay en una calle de bares junto al hotel.

Fin del décimo día.

Niña musulmana en Stone Town

Gente junto al mercado de Stone Town

Tortuga gigante en Prision Island

Dala Dala (bus) de Stone Town a Kendwa

Día 3. Zanzíbar. Isla Kwale.

Por la mañana temprano salimos hacia el sur camino de la isla Kwale. Unos 200 metros antes de la isla existe un banco de arena de unos 200 m cuadrados. Marbella controla bien los tiempos. Sabe que muchos turistas harán lo mismo, por eso salimos antes. Nos montamos en un barco para nosotros dos. Tras media hora se ve el banco de arena blanca rodeado del turquesa del índico. Nadie ha llegado aún, lo que nos permite disfrutar de un espectáculo visual impresionante. Era justo lo que buscábamos al pensar en una playa para descansar tras el safari. Estar allí sin nadie es un auténtico privilegio.

Comemos frutas y bebemos un gran coco. Durante más de una hora no aparece nadie. Toca disfrutar del baño. Llegan barcas cargados de turistas, nos vamos nosotros.

Nos adentranos unos 300 metros en el mar hasta donde se encuentran unos pequeños arrecifes con corales y peces de colores para hacer snorkel. Bajo el agua, a una profundida de entre 3 y 6m merodean multitud de peces, muchos alentados por la fruta que Marbella les va echando desde el barco. Llegamos los primeros y nos fuimos últimos. Otro momento para recordar... y ya van unos cuantos.

Muy cerca se encuentran unos de los manglares de agua salada de la isla. Otro baño solos en ese curioso y bello entorno y de nuevo al barco.

Ponemos rumbo a Kwale, donde nos espera una mariscada enorme hecha a la parrilla con género recien cogido del mar. De frente sólo arena, mar y algunos barquitos de madera. El homenaje que nos damos es antológico: langostas, calamares, gambas, langostinos, pulpo, cigalas... hasta no poder más. La sensación de reventar de comer langostas y que sobren en la bandeja mola.

Tras la comilona una hora de siestecita bajo la sombra de uno de los arbolitos de al lado. Y después andamos unos metros para ver un árbol milenario. Es un enorme baobab, dicen que el más antiguo de Zanzíbar, que hace mucho fue derribado por un tsunami cayendo al suelo. Las raíces continuaron bajo la tierra y el árbol siguió creciendo en horizontal y vertical. El diámetro de esa molemde madera es de unos 5 metros. Foto encima del árbol y toca volver al hotel después de un largo día de sol y agua.

El camino que hacemos por cuarta vez hacia Kendwa, en el norte, desde Stone Town, por la carretera, es uno de los escenarios mas sugerentes para fotografiar de todos lo que he visitado hasta el momento por el mundo. Ves la vida cotidiana de esta gente. A cada paso se escapa una posible foto, pero no puedo aportar registros, pues en Tanzania la gente no se deja fotografiar fácilmente, y unido a que en un coche en movimiento usar la cámara no es lo más indicado, las fotografías las llevaremos para siempre en nuestra mente. Pagaría por quedarme unas horas en ese camino captando decenas de momentos que sé que serán difíciles de reencontrar. Llegada al hotel. Vemos un bonito atardecer desde la playa.

Después, dos ensaladas para cenar y a la cama, que mañana a las 06:00h salimos hacia la costa del sur a intentar avistar delfines y al bosque Jozani, único lugar del mundo donde habita el mono rojo de Colobo. Dia por tanto de animales. A ver qué encontramos.

Snorkeling junto a la isla Kwale

Baobab en Kwale

Mariscada en Kwale

Barco en banco de arena junto a Kwale

Atardecer en Kendwa

Isla Kwale

Día 4. Zanzíbar. Kizimkazi, bosque Jozani y Pingwe.

Temprano nos levantamos para atravesar Zanzíbar y llegar hasta el sur, hábitat natural de familias de delfines. Nuestra intención es buscarlos y nadar con ellos. El camino es largo pero los paisajes compensan la espera.

Llegamos a Kizimkazi. Marbella ha quedado con un muchacho que nos llevará en su lancha en busca de los animales. Durante una hora vamos a todo trapo en la lancha porque los delfines se han alejado. A lo lejos la presencia de otras 4 o 5 lanchas nos indica que merodean cerca. Es espectacular la manera de buscarlos. Esta gente está tan acostumbrada que los ve mucho antes de que nosotros los intuyamos. Motores apagados. Se encuentran cerca. ¡Han detectado algo!. De repente todas las lanchas arrancan el motor y siguen a toda máquina su estela. Deben calcular la dirección que llevan y adelantar a cierta distancia de ellos, intentando dejarnos en el lugar donde creen que van a pasar para que de tiempo a nadar al menos unos metros junto a ellos. Llegado al punto que creen acertado paran todas las lanchas y casi literalmente te empujan al agua, con gafas, tubo y aletas. Te sumerges y allí los ves. Durante 10 o 15 segundos, a unos 3 o 4 metros de profundidad, podemos nadar tan cerca que casi los tocamos. Durante una hora pudimos hacerlo varias veces. Es cansado pero ni te das cuenta hasta que acabas. Si hay suerte la experiencia será inolvidable. La nuestra sin duda lo fue.

Durante la vuelta estamos pletóricos. Y es que son muy pocos los lugares en el mundo en los que se puede nadar con delfines en libertad. Impresionante.

Cambiamos delfines por monos. Ponemos rumbo al bosque Jozani, donde habita un mono que no se puede ver en ninguna otra parte, el Colobo rojo. Es un animal que se ha adaptado al clima y los frutos de los árboles de este parque y es endémico de la zona. Hay unos 2900 ejemplares. El bosque es muy frondoso y hay que salirse un poco de los caminos para encontrarlos, con cuidado de no toparnos con algún bicho complejo tipo boa o mamba negra que también viven aquí y que por suerte no llegamos a conocer. Los ruidos entre las hojas de los árboles delatan a los simios. Se ven varios sin mucho esfuerzo. Cara negra, cola larga y lomo anaranjado-rojizo.

Hace más de quince años que junto con unos muy queridos compañeros de promoción intentamos sin éxito hacer este viaje. Desde entonces habíamos estado bromeando a cerca de este mono... Para muchos la existencia de este animal era desconocida, pero para la XXVI promoción de la facultad de Medicina de Córdoba, al menos para los componentes de la comisión del viaje de fin de carrera, con su presidente Picoco al frente y sus fieles escuderos a sus órdenes, representa una meta por alcanzar, un sueño no conseguido, aquello que pudo ser y no fue... lo que se nos escapó por los pelos... Pero prometimos encontrarlo y aqui estoy. Así que reto conseguido... ¡¡¡por fin lo he visto amigos!!! Podéis estar tranquilos. El mono existe, está bien y es feliz. Juega con otros monos, es muy simpático y salta de rama en rama por los tropicales árboles y manglares de Jozani, en lo más profundo de Zanzíbar. Está bien alimentado, algunos hasta gorditos, y es ajeno al estrés de nuestro mundo. Es dueño y señor del bosque y su abundante número asegura la permanencia de la espcie en futuras generaciones, así que ya no hace falta que vengáis, que llegar hasta aquí es un follón. Como siempre algo tarde... pero como siempre llegamos.

Además del simio pueden verse extensos y densos manglares de agua salada, que otorgan al entorgo un halo místico, pero entended que para mí lo importante hoy sea el mono.

Por cierto chicos, he oído hablar de un mono narigudo endémico de la isla de Borneo, en Indonesia..  no digo más.

Tras ese cambio de contrastes toca comer. Y qué mejor que hacerlo en uno de los mejores y más exclusivos restaurantes de Zanzíbar, "The Rock". Se encuentra cerca de Pingwe, construído encima de una roca rodeada de agua, en un entorno idílico, agua por todas partes y la arena más blanca que nunca hemos visto. Uno de los lugares más bonitos que he pisado. Un barquero cruza continuamente los 30 o 40 metros que lo separan de la orilla cuando la marea está alta. Gracias a Marbella que al comentárselo nos reservó el sitio y nos llevó hasta allí. Las vistas al océano índico son una auténtica maravilla. Aquí te das cuenta de que esa mezcla de azules que has visto en fotos pero que creías que eran resultado del photoshop, resulta que existe y forman parte de una realidad que te deja una vez más sin palabras. Comida exquisita. El mojito en la terraza, casi místico. El precio caro pero acorde con el lugar. Indispensable.

Y después de todas estas cosas toca volver a Kendwa y descansar. Compramos algo para picar, nos vamos a la habitación y a descansar. Otro día para enmarcar. Mañana será un día de relax en la playa del hotel.

Nadando con delfines

Mono rojo de Colobo en el bosque Jozani

Restaurante The Rock

Día 5. Zanzíbar. Kendwa.

Nos levantamos a las 07:00h sin despertador. Estamos ya mimetizados con el entorno. Hoy toca playa, y estamos en una de las mejores de toda la isla, en su zona noroeste.

Tras desayunar damos un paseo hasta el cercano pueblo costero de Nungwi. Se encuentra a unos dos kilómetros y esa ruta es conocida como una de las más bonitas que pueden realizarse. La costa repleta de palmeras en todo su recorrido, la arena blanca y los azules del agua, mezclado con el rutilante rojo de las ropas de los improvisados y ávidos masai cazaturistas que pasean ofreciendo actividades (también se conocen como "los chicos de la playa"), son el motivo. Hay que realizar el camino con la marea baja, pues cuando sube. Se inunda gran parte del trayecto, y no existe otro camino que no sea la arena (el de la parte de arriba da un rodeo de varios kilómetros). Al llegar a Nungwi nos informamos en una empresa de buceo española para conocer los fondos marinos de Mnemba, una isla situada en la parte noreste de Zanzíbar y que se conoce como uno de los mejores lugares para realizar una inmersión, por la enorme cantidad de vida que contiene. Tenemos poca experiencia (sólo tres inmersiones), pero no podemos dejar escapar esta oportunidad. No nos detenemos más porque la marea ya está cerrando ya el paso. De hecho en uno de los puntos donde la costa se acerca al mar la arena ya ha desaparecido y tenemos que pasar por el agua.

Durante el resto del día estamos en la playa y en la piscina anexa a ella del hotel, con un paréntesis para volver a comer al italiano (La Fontana) que está a unos 100 metros. Vemos atardecer con un malibú con piña en mano y cenamos en la misma playa. Día de absoluto y merecido relax.

Mañana cambiaremos de hotel. Conoceremos el lado noreste. Pondremos rumbo a Matemwe, frente a la isla de Mnemba. Marbella nos llevará a las 16:00h.

Jóvenes Masai en Kendwa

Atardecer en Kendwa

Día 6. Zanzíbar. Matemwe

Hoy día de relax de nuevo en la magnífica playa de Kendwa. A las dos nos recoge Marbella para llevarnos a Matemwe. Dejamos las maletas en recepción y confirmamos la reserva de dos inmersiones de buceo para el día 24 en la isla de Mnemba, muy cerca de nuestro siguiente hotel. Por la mañana hay nubes y caen algunas gotas, pero en pocos minutos vuelve el sol.

Aprovechamos nuestras última horas en el noroeste de la isla. Kendwa es un destino ideal para descansar en una de las mejores playas de Zanzíbar, con relax asegurado para los tranquilos y movimiento por la noche para los más nerviosos.

Llegamos en una hora a Matemwe. Hace viento. Playa kilométrica de arena más blanca aún si cabe en la que se intercalan varios resorts cada 300 metros. Es una zona más cara que Kendwa y Nungwi. Muy pocos turistas.

Junto a los hoteles se encuentra el cercano pueblo de Matemwe, donde se puede ver la forma de vida real de la gente de Zanzíbar. Parecen dos mundos muy distintos que no interaccionan entre sí (aunque mañana o pasado lo intentaremos por nuestra cuenta).

Junto a la costa, al fondo, se ve la isla de Mnemba. Una hilera infinita de palmeras custodia el vaivén de las mareas, que en la parte este de la isla son muy pronunciadas, alejándose el agua más de 200 metros en la bajamar y rozando los hoteles en la pleamar. Es zona de erizos, por lo que hay que ir con precaución, aunque el agua es tan cristalina que se distinguen desde lejos. Decenas de barcas de pescadores dejan al descubierto provisionalmente sus anclas incrustadas en la arena, en espera de que el agua tras seis horas vuelva a cubrirlas. El paseo es agradable, pero sobre las seis de la tarde el sol se pone y hay que estar en el hotel. Tomamos cerveza (la Kilimanjaro habitual) y cenamos.

Noche tranquila. En esta parte de la isla todo es tranquilo. Mañana hemos quedado con Marbella a las 08:30h para ir a la isla de Mnemba a hacer snorkeling.

Playa en Matemwe

Masais en playa. Memba al fondo.

Día 7. Zanzíbar. Matemwe. Mnemba.

Tras desayunar nos recoge Marbella con la desalentadora noticia de que el gobierno ha prohibido la salida de barcos en toda la isla debido al viento y las fuertes corrientes, que hacen peligrosa la travesía por el mar, por lo que iremos a la zona donde se cogía la barca y pasaremos el día allí, pero sin barco ni snorkeling. También se ha suspendido la jornada de buceo de mañana. La situación puede durar varios días.

Por la mañana, como casi todos los días hasta ahora, tras un inicio del día con nubes, sale el sol. Llegamos en bajamar. La estampa es preciosa. Imágenes que nunca habíamos visto. Colores de postal. El índico y sus azules se abre ante nosotros sólo interrumpido por el atolón de Mnemba. Las rocas se dejan ver teñidas con pinceladas verdes por algunas algas que han quedado enganchadas, y entre ellas pequeños remansos de agua en los que grandes caracolas, cangrejos, erizos y estrellas de mar viven esperando la inexorable vuelta del mar. Las barcas ancladas descansan sobre la arena. Algún pescador aprovecha para acicalar la suya. Mucho viento. Muchos erizos. No nos atrevemos a bañarnos. Paseamos y tomamos el sol hasta que aparece Marbella con dos bandejas llenas de marisco a la parrilla y patatas fritas. De nuevo langostas, cigalas, gambas, pulpo y calamares hasta no poder más. El homenaje es de órdago.

Tras descansar volvemos al hotel donde pasamos unas horas en la piscina continuando con el relax al que habíamos venido a buscar a esta parte de la isla. Tomamos unos refrescos y patatas que nos siven para cenar y acabamos un día más en este privilegiado rincón del mundo, con la placentera sensación de bienestar que produce el sentirte descansado y relajado.

Bajamar en Matemwe

Homenaje con Mnemba al fondo

Día 8. Zanzíbar. Matemwe.

Hoy, dado que el buceo que teníamos pendiente se suspendió por el tiempo, decidimos salir a recorrer por nuestra cuenta el pueblo de Matemwe. Se trata de una aldea situada a unos 2 kilómetros de nuestro hotel. Por un lado se encuentra el mar, a continuación la línea de resorts, y después un camino de arena que los une, y que llega hasta el pueblo.

Se trata de un conjunto de unas 70 casas muy básicas de distribución anárquica hechas con grandes adoquines y piedras unidas con cemento y placas metálicas como tejado. Es un lugar poco transitado. Durante los aproximadamente mil metros en los que se encuentran salpicadas estas casitas en mitad de un entorno verde tropical, no hay rastro de turistas, ni tiendas de recuerdos. Sólo gente que vive su día a día. Unos saldudan al grito de ¡Jambo!, otros miran recelosos. Algún rezo en forma de canto árabe nos remarca que el islam está muy presenta en toda la isla. No les gustan las fotos. Algunos niños (los más pequeños, pues los otros se encuentran en la escuela) corren tras nuestro paso y nos rodean. Las mujeres, más reservadas y menos sonrientes, lavan la ropa, tienden, sacan agua de los pozos. Hombres vemos muy pocos, algunos llevan arpones y se dirigen al mar, otros están arreglando vehículos o construyendo casas. Ovejas, vacas, cabras, patos y gallinas caminan libres a sus anchas. Parece que en este lugar hace mucho que se detuvo el tiempo.

Me evoca a la vida que podrían tener hace cien años algunos pueblos del norte de España. Todos nos miran. Algunos nos preguntan dónde vamos. Nosotros les decimos que sólo andamos.

Pasamos por la puerta de un restaurante local que a esa hora está cerrado. Es una cabaña de madera. Al acercarnos vemos que sólo tiene 3 mesas. Se llama "Furaha" (que en swagili significa felicidad), volveremos después.

Atravesamos una explanada que usan como campo de fútbol ahora vacío. Y poco después la escuela, un conjunto de varias casas que se encuentra vallado, con el universal ruido de niños charlando y haciendo sus cosas.

Seguimos el camino disfrutando de un ambiente local muy diferente al de los resorts. Son dos mundos que conviven muy cerca pero no se tocan. No me impresiona de gente pobre que lo pueda pasar mal como en algunos pueblos de Kenia, pero sí de personas muy humildes que viven de la pesca, la agricultura y la ganadería, y que nos miran con el recelo de quien cree que husmeas en sus asuntos. Es sin duda otro de los momentos del viaje.

Tras varios kilómetros decidimos volver. De nuevo saludamos a todo con el que nos cruzamos. Nos detenemos en la puerta del Furaha, que sigue cerrado, esperando que alguien se acerque al vernos. A los pocos segundos varias personas llegan y nos preguntan si queremos comer allí. Aún es muy pronto. Nos enseñan la carta y escogemos dos platos. Junto con el agua y el postre serán seis dólares por persona. En tres horas volveremos.

Descansamos de los 8 kilómetros de caminata en el hotel y hacemos tiempo para regresar al poblado a comer. A la 13:00h puntuales estamos el restaurante. Coincidimos con todos los niños y adolescentes que salen del colegio. Está lloviznando. Somos los únicos en el local. La comida exquisita, de las mejores y más baratas que hemos probado. El lugar absolutamente recomendable, diría que imprescindible. Bonita casualidad.

Tras ultimar la banana cocinada con leche de coco y canela que nos sirven como postre volvemos al otro mundo, al de los resorts. Cada vez menos gente... desaparecen las casas... Acaba el pueblo de Matemwe, conscientes de que el autentico Zanzíbar es lo que vamos dejando atrás, y no las lujosas construcciones y los cazaturistas disfrazados de masáis con gafas de sol de las playas, que entre palmeras emergen de nuevo por delante.

Resto del día de relax. Nos escriben de la empresa de buceo. Finalmente parece que mañana hará buen tiempo y podremos disfrutar del fondo marino que rodea el atolón de Mnemba. A ver si hay suerte.

Chicos paseando en bici en Matemwe Village

Restaurante local Furaha

Día 9. Zanzíbar. Matemwe.

No ha habido suerte. Al levantarnos nos indican en recepción que el buceo se ha vuelto a suspender. Ha estado toda la noche lloviendo y continúa cayendo agua sin parar. Una triste noticia, pero es algo que no depende de nosotros.

Hoy pasamos el día en el hotel. Será nuestra última noche en Zanzíbar. Día de reposo. Aprovechamos para organizar las fotos del viaje, darnos un masaje de una hora y preparar las maletas, porque esta historia no acaba aquí. Mañana a la 13:00h nos recoge de nuevo nuestro amigo Marbella por úlima vez. Nos llevará al aeropuerto, desde donde pondremos rumbo a Madrid, para continuar al día siguiente nuestra aventura otras dos semanas, esta vez en el continente asiático, donde nos espera la conocida como la Perla del Índico. Es geográficamente la lágrima de la India. Antigua Ceylán. Un pequeño país que seguro alberga un montón de maravillas por vivir.

En resumen...

Zanzíbar es una mezcla de culturas. Varios viajes en uno. Un paraíso tropical repleto de maravillas:

Altas y delgadas palmeras de troncos claros que ponen a prueba la gravedad, custodiando el océano azul más celeste y turquesa, que se acerca y se aleja sobre un manto blanco de arena al antojo de sus acusadas mareas.

Gentes que adornan con ropas de vivos colores una piel más negra que la que vimos en Kenia, conforman un ajetreado vaivén de vida autócnona y embriagadora en el interior y algo contaminada por el influjo del dolar del turista en la línea de las costas.

Un marcado influjo musulmán se muestra latente en cada rincón y genera la impresión de ser personas muy recelosas de lo suyo.

Un norte y oeste más movidos contrastan con la pasmosa tranquilidad del sur y del este.

Comida sorprendente elaborada a base de frutas, verduras, arroz, carne, pescado y marisco.

Stone Town detenida en un suspiro del tiempo con sus burbujeantes mercados, desgastadas callejuelas y labradas puertas en un bullicio que recuerda al Marrakech más auténtico.

Pueblos humildes que como imanes te atraen a conocerlos, dejando para después las langostas y las playas, hechos de casas individuales levantadas con piedras y adoquines, que esconden en sus sombras blancas y silenciosas miradas que a veces se me han hecho difíciles de catalogar, generando incertidumbre en quien pasea, probablemente porque traducen la incomodidad de quienes ven que acechas su espacio y su tiempo sin otorgar nada a cambio.

Carreteras que son auténcicas arterias de interacción de vida donde conviven vehículos, animales y personas, y donde impera la ley del más grande, dándose uno cuenta de que las mejores y las más auténticas escenas que se quedan grabadas en la mente no hay que buscarlas, pues emanan de repente por sí solas en el cualquier camino.

Zanzíbar no son playas para descansar. No sólo eso. Quien busque tal fin tiene destinos parecidos a un tiro de piedra. Zanzíbar es una vuelta de tuerca mas. Es la opción perfecta para quien quiera sacarle algo más de jugo a la vida, para quien busque un halo de tranquilidad periférico pero que disfrute al explorar un interior repleto de una cautivadora mescolanza y de una efervescente historia.

Zanzíbar enamora... más aún.